Menuda la has hecho, guapa
Crítica: Trance
Repasando la carrera de Danny Boyle uno se percata de que la principal característica de su filmografía es la variedad. Se le podrá acusar de muchas cosas, entre ellas el haber sido el responsable de La Playa, pero no de ser repetitivo o estar obsesionado con un tema en concreto como cierto director magistral que vive por y para la venganza...
Buena prueba de ello son títulos tan diferentes entre sí como 28 días después, Slumdog Millionarie, 127 Horas, Transpotting o Trance, su nuevo trabajo tras las cámaras. En esta ocasión no hay ni zombies, ni indios, ni (aunque a veces no lo parezca) drogas; porque la trama llega a ser tal follón que, o los guionistas se han puesto hasta las cejas o es que somos nosotros los que estamos en Trance.
Y eso que en principio el argumento parece de lo más sencillo. Un joven (James McAvoy) que trabaja en una casa de subastas planea robar un cuadro junto con otros chorizos, pero durante el saqueo recibe un golpe en la cabeza y olvida donde ha escondido el lienzo. Para recuperarlo, la banda acudirá a una hipnotizadora (Rosario Dawson) con el objetivo de hacerle recordar, después de que el método más rudimentario conocido como paliza resulte inútil.
Pero eso sería quedarse en la superficie. Poco a poco el argumento va ramificándose cual árbol en constante crecimiento. El problema es que las raíces a punto están de salirse de la tierra. Son tantos los giros y tantas las explicaciones que se nos dan, que a la postre uno no sabe si lo que está viendo es verdad, mentira o todo lo contrario. Vamos, que como te vayas a por unas palomitas estás vendido. Y más si vuelves en el tramo final cuando se descubre el pastel, momento en el que la frase "un poco desproporcionado el castigo ¿no?" toma más sentido que nunca.
Ahí reside la gracia del asunto. Danny Boyle nos lanza un órdago de intrigas y sucesos que parecen ser pero que no son y nos deja elegir si queremos ser de los que aceptamos el envite o apostamos mejor a chica. No le importa pasarse de la raya o provocar un cortocircuito en nuestro lóbulo occipital. Ya se sabe, quien no arriesga no gana.
Para ello tiene la suerte de contar con un trío protagonista (McAvoy, Dawson y Vincent Cassel) que está en estado de gracia; y menos mal, porque sino su intrincado guión se habría hundido más rápido que el Titanic. Mención especial para Rosario Dawson, a quien le toca encarnar a una femme fatale imposible y mostrar todas sus... vergüenzas. De hecho el resto de personajes incluso nos sobran. Y junto a ellos, algún recurso tramposo al que acude el director para que el impacto sea mayor.
Al apartado interpretativo habría que añadir una puesta en escena imaginativa, una banda sonora a la altura y una fotografía excelente que no defraudarán a los seguidores del director de Sunshine. Su estilo marca la diferencia evitando que lleguemos a pensar que estamos ante un culebrón televisivo.
Pero claro, si eso te importa un rábano, has de tener fe en un relato no apto para escépticos y que, para bien o para mal, consigue sorprender. Que lo entiendas o no, ya es otra historia.
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