Me mareo, compañero
Crítica: El Gran Gatsby
Si hay algo que nadie pone en duda es que Baz Luhrmann no deja indiferente. Desde Romeo y Julieta hasta Australia, pasando por Moulin Rouge, su estilo y sus formas de narrador consiguen adeptos y detractores a partes iguales. Si eres de los que disfruta con un ritmo frenético, excesivo, recargado y colorido... estás de enhorabuena. Al menos durante la primera hora.
Porque sí, su último trabajo es una orgía de escenas preciosistas y vistosas que quizás busquen adornar una historia no demasiado original ni emocionante. Y eso que el prólogo no puede ser más intenso.
Todo empieza con Nick Carraway (Tobey Maguire) contándonos cómo comoció al hombre más misterioso del Nueva York de los años 20, Jay Gatsby. Nick no es precisamente rico, pero mira tú que curioso, encuentra una casita de alquiler puerta con puerta con la mayor mansión que uno se pueda imaginar. Y ¡anda!, resulta que su prima vive al otro lado de la bahía. ¿Casualidad? Puede que si, puede que no. Aun así... ¿no tenía Nueva York millones de habitantes?
Lo que Carraway no sabe son las verdaderas intenciones de su vecino, ni el motivo por el que organiza las mayores fiestas que uno haya visto jamás.
El principio de la cinta es un claro homenaje al cine clásico, con sonidos, colores y momentos que parecen sacados de un cuadro expresionista. El director opta por introducirnos en el relato a golpe de escenas frenéticas, a costa de provocar más de un mareo en la platea. Eso sí, consigue que a uno le entren ganas de irse de fiesta y beberse hasta el agua de los floreros.
Hay que admitir que Luhmann sabe crear espectáculo e insertar bandas sonoras imposibles en ellos; aunque, como decía mi compañera de butaca, a veces parece que estés asistiendo a una fiesta de los sims. Sólo falta que a los personajes les salga un bocata que reproduzca lo que dicen. Y tampoco ayuda que muchos momentos parezcan sacados de la magistral Moulin Rouge. Va a ser verdad eso de que el 90% de los directores son esclavos de su estilo.
Los responsables de dirección artística han hecho un trabajo encomiable. Al igual que quien haya conseguido localizaciones como las dos mansiones donde se desarrolla todo o los impresionantes vehículos que pululan por allí.
Todo eso está muy bien, pero a la media hora de metraje uno comienza a preguntarse dónde está la verdadera estrella de la función: DiCaprio. No es que Tobey Maguire o Carey Mulligan estén mediocres, pero sus personajes tampoco son el alma de la fiesta y, como no paran de hablar del tal Gatsby, a uno le acaba picando el gusanillo.
Por eso, posiblemente la primera imagen en la que aparece el protagonista de Titanic será de lo más recordado del film. Con su entrada en la acción, la película cambia de tercio y se encamina hacia el drama romántico. Ese cambio le sienta bien a medias pues, dejando de la lado la novela homónima, El Gran Gatsby no llega a emocionar del todo con su historia de amor.
Como Goku en Bola de Dragón, DiCaprio y Mulligan lo intentan con ahínco pero, quizás porque el personaje de ella es una siesa de mucha cuidado o porque su pasado amoroso nos lo relatan con cuentagotas, el resultado se antoja insuficiente para un envoltorio tan conseguido. Sí que es verdad que el prólogo acerca por fín al misterioso Gatsby al espectador, pero demasiado tarde. Cuando uno empieza a entender las intenciones del protagonista ¡pam! llega el final y encima no puede ser más deprimente. Lo que parecía que iba a ser un culebrón de cuidado, al final se resuelve en 2 minutos y de la peor forma posible. Y encima te la intentan colar con un prólogo con narrador y frases trascendentales incluídas.
Tanto abusar de unas cosas, como ese "compañero" que no para de repetir Gatsby, y resulta que escamitan en la parte que realmente importa. El misterio alrededor del inquilino de esa fastuosa mansión acaba como empieza, sin que nos enteremos de mucho. Supongo que Moulin Rouge sólo hay una...
No hay comentarios:
Publicar un comentario